sábado, mayo 16, 2009

… Y vuelas

jugando a escribir cosas lindas.
esta va dedicada.

- Cuando bailas detienes el mundo. Y vuelas y me haces volar. No te muevas tan bello que desarmarás el universo con el vaivén de tu cuerpo.

- Déjame adivinar… poeta – dijo la dama acomodando una flor roja entre sus cabellos. El vestido del mismo color ya estaba listo – o borracho – agregó al notar que el intruso no respondió al instante.

- Suelo ser ambos.

- Este es mi camerino. ¿Quién te dejó entrar?

- Nadie.

- Llamaré a Pepe – dijo e inclinó su cuerpo hacia la derecha para ver a través del espejo al sujeto que se encontraba a su espalda.

Delgado y de apariencia desaliñada se afirmaba bajo el marco de la puerta, su mano derecha acariciaba su barba y la otra sostenía un cigarrillo a punto de desintegrarse. Chaqueta retro, pantalones de tela y zapatos negros sin brillo.

- Llama a ese tal Pepe – levantó su cabeza al notar que la mujer lo miraba por el espejo. Sus pupilas se encontraron por primera vez, indirectamente – Sí es el tipo de seguridad, está en el camerino de al lado follándose a una rubia. Sí es el barman argentino, está en la barra cortejando a la pelirroja que acompaña a la rubia.

- ¿Qué quieres? – la mujer suspiró la pregunta.

- Por ahora saber tú nombre.

- Vete.

- Me imaginaba uno más femenino.

- Una cuadra más arriba hay un prostíbulo. Ahí conseguirás lo que quieres. Yo soy una bailarina.

- Sólo quiero saber tú nombre real. Sé que cuando bailar te llamas Carmen, Dolores, María Elena. Te he visto todos los viernes de estos últimos tres meses. Sé que tu baile es poesía y que tu rostro es un canto. Sé que cuando bailas vuelas y que me haces volar a mí también – al decir estas palabras la mujer, se levantó de la silla donde posaba y dio media vuelta. Puso en él toda su atención., ya no era un intruso sino una visita.

- Nos conocemos, ¿Verdad?. Siento que hemos hablado antes- dijo emparejando el lápiz labial en sus labios con la yema de algunos de sus dedos.

- No sé si tú me conozcas a mí, pero yo te conozco a ti. Te conozco de aparecerte en mis sueños. Te conozco de ser la protagonista de mis novelas de amor. Te conozco de soñar que serás la madre de mis hijos. Te conozco de hacerme volar todos los viernes en La Rosa Pub.

Ella se hizo paso sin hablar entre la puerta y el visitante, era el momento de subir al escenario. Él esperó un momento y la siguió sin molestarla.

Una vez sobre las tablas, entre los focos enceguecedores ella mantenía una postura firme y radiante en esperas del primera acorde de la guitarra y el llanto angustioso del músico. Él se dejó ver entre el público, de pie apoyando su espalda en un pilar.

Flameó de golpe su vestido y pintó en su rostro la primera mueca de dolor. Mueve su cuerpo delicadamente a su propio ritmo, autónomo, vivo, independiente del mundo. Dos tacos que salen de la música y golpean duro las tablas. Sin recelo ni miedos. Quebrase las muñecas en el aire como una suerte de alas atrofiadas que pretenden liberarse del cuerpo. Él sólo miraba.

El verso Y vuelas y me haces volar relevó la letra de la canción en la cabeza de la bailarina, de un momento a otro, bailaba los versos de un desconocido.

Cerró sus ojos para no verlo, no tenía porque hacerlo. Siguió acariciando el aire con sus cabellos mientras desplegaba sus labios para cantar despacio. Aplaudiendo y acariciando sus palmas intercaladamente para luego liberar de una vez por todas las manos de sus muñecas y dejar planear como hojas secas cayendo, sus dedos.

Pero no pudo, tuvo la necesidad de abrir sus ojos y volver a verlo. Recordó su vos gastada, su olor a whisky y las palabras adornadas y teatrales que salían de su boca. Quiso, de pronto, saber cual era el nombre de aquel individuo, que cayó una noche como un forastero y dijo cosas que nadie dice y la sonrojó como nadie lo hacia en años. ¿Cómo se llamará?. Pensó.

Paró la música junto con el último taconazo en el suelo. Aún debía volar tres canciones más, pero decidió descender de las tablas antes. Por primera vez en años. Bajó rápido arremangando su vestido y caminó cabizbaja al pilar donde se afirmaba el extraño, llegó haciéndose paso entre la multitud como un fantasma, más el pilar estaba solo afirmando el techo del bar. Él no estaba ahí. Lo buscó con la mirada a su alrededor pero sólo vio a los mismos borrachos y putas de siempre.

- Corazón, ¿has visto al tipo que estaba parado justo aquí? – preguntó al barman que llenaba un tubo de cerveza del tamaño de una pierna de bailarina de cabaret. La especialidad de la casa.

- Han habido muchos tipos ahí nena.

- Pero uno delgado, extraño, con el cabello despeinado y con un poco de barba.

- ¡Aaahh! ¿Vestía una chaqueta café? - Respondió cerrando la llave de la cerveza.

- Sí, ese mismo. ¿Lo has visto?

- Sí, el hijo de puta se fue con la pelirroja que intenté follarme toda la noche.

Musitando arrepentimientos, subió de nuevo al escenario. Su vestido seguía rojo y sus tacos golpeaban el suelo, sin música.